La inteligencia “objetiva” esa que se puede cuantificar con un mero Test de Inteligencia se ve seriamente mermada si no nos acompaña otro tipo de inteligencia, esta vez algo más complicada de medir y no tan conocida, me refiero a la inteligencia emocional.
La semana pasada, gracias a la Fundación Marcelino Botín, se celebró en Santander el II Congreso Internacional de Inteligencia Emocional.
John Mayer durante la ponencia.
A este encuentro asistieron, entre otros, el creador de este término, el profesor de psicología de la Universidad de New Hampshire, John Mayer. Mayer reflexionó sobre el mundo occidental en el que vivimos, ese que cree lo que ve y para el que la lógica del pensamiento estoico griego tiene un peso específico exagerado.
Nos pasamos el día con un metro en la mano y con un paquete de etiquetas en el bolsillo: no nos es válido lo que no se puede medirse ni etiquetarse, cualquier cosa que no sea posible mesurar y clasificar sin lugar a dudas pero ¿el éxito depende de lo ponderable?: no, evidentemente no.
¿Qué sucedería con un ejecutivo con aptitudes más que demostradas para la toma efectiva de decisiones si su actitud no fuera la correcta y sus emociones fueran incontrolables?: seguramente estaría abocado al más estrepitoso de los fracasos.
Acabo con una de las conclusiones de este congreso: los sueldos más altos los perciben los que gestionan mejor sus emociones, es decir, los que se entienden a si mismo, entienden a los demás y saben gestionar mejor las emociones propias y ajenas, además de conocer las causas que las provocan.